miércoles, 16 de junio de 2010

Abrir la jaula Carta de Alfonso Ussia a la Sra. Sonsoles

Carta de Alfonso Ussia a la Sra. Sonsoles, esposa del gorrioncillo.

Abrir la jaula

Usted tiene mucho poder en su mano, señora Sonsoles. Más aún que en su garganta. Se siente, o así lo han afirmado sus allegados, presa en la jaula de oro, como la calandria de la ranchera que cantaba José Infante. Ábrala y vuele con su gorrioncillo, que no se ha conocido en España pájaro más dañino, inútil e innecesario. Escape de La Moncloa, señora Sonsoles, que dos años más en la jaula de oro son demasiados para usted, para la jaula, para el oro, para el gorrión y para España. A usted, señora Sonsoles, no hay que abrirle los ojos. Su deber es callar y soportar en silencio su prisión y sus vivencias. Una cosa es el amor primero y el cariño posterior, y otra muy diferente la invidencia. Parece usted sensible e inteligente, y por ello, no se me ocurre pensar que su amor por el gorrión es ciego. Si usted hablara y contara lo que ha visto y vivido en La Moncloa millones de españoles haríamos cola en los aeropuertos, las estaciones y las fronteras para salir de España. Abra la jaula y vuele, pero no se marche sola.
Si fuera usted la única en volar, nada se arreglaría. Convenza al gorrioncillo. Explíquele en los minutos previos al sueño reconfortante de cada día, minuciosamente y sin tapujos, que su rotundo fracaso es el de todos, que sus frivolidades a todos nos arrastran, que sus rencores y resentimientos nos envilecen, que sus mentiras nos humillan y que su incompetencia nos abruma. A los que le han votado y a los que no, a los que han confiado en él y a los que vimos desde un principio que era un panoli con una capacidad infinita para provocar desastres. Dicen que el pájaro espino canta minutos antes de morir. Que presiente el final. Y canta y se muere. Su gorrión no es tan intuitivo. Y cuando cante, quizá ya sea tarde. Y serán muchos los españoles a los que, morir o no, les importe un bledo, porque tendrán las arcas vacías, los ahorros calcinados, los futuros negros y las esperanzas hundidas. Su gorrión, señora Sonsoles, tan insignificante comparado con el daño que ha hecho, no puede seguir en la jaula de oro que a usted mantiene presa. Sea valiente. Sólo usted, si no es falsa su angustiosa sensación de prisionera, es capaz de convencerlo. Póngase en nuestro lugar, tan lejano al dorado penal de La Moncloa. Póngase en el sitio de los cinco millones de parados que ha creado la infumable política económica de su gorrión. Métase en la piel de los que creyeron que España había curado sus pasadas heridas y hoy se encuentran con la agresión y el insulto de los ambientes previos a la Guerra Civil. Huya, vuele, recupere la libertad, y hágalo en compañía, sabedora que su huída, su vuelo y la recuperación de su libertad significa el retorno de la esperanza para millones de desesperanzados. Además, señora Sonsoles, que estoy seguro de su gratitud. Cuando hayan escapado de la jaula de oro, su gorrión le agradecerá su impulso. Fíjese en su rostro y su expresión. Apenas sonríe. Ya no es el alegre gorrión sonriente de la juventud. Ha sido tan mal gobernante, señora Sonsoles, que hasta él mismo se siente amargado. Pero necesita de su empujón. Empújelo suavemente, con mimo. «Vuela conmigo, cariño de mis atardeceres», dígale con dulzura. Y escapen de la jaula de oro, la calandria y el gorrioncillo, para que los españoles podamos despertarnos de esta pesadilla. Hágalo sin tardanza, señora Sonsoles. Se lo diré como Churchill a los aviadores de la RAF. Nunca tantos le deberán tanto a tan pocos. A usted, señora Sonsoles, se lo deberemos sólo a usted.

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